09/05/2010

GRACIA SIN MEDIDA Y SIN PRECIO

"Empero a cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo" (Efe. 4:7). La medida del don de Cristo es "toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Eso es cierto, tanto si se considera desde el punto de vista del don que Dios hizo al dar a Cristo, como de la medida del don de Cristo, al darse a sí mismo. El don de Dios fue su Hijo unigénito, y "en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente". Por lo tanto, puesto que la medida del don de Cristo es la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente, y dado que esa es la medida de la gracia que nos es dada a cada uno de nosotros, se deduce que a cada uno se nos da gracia sin medida, gracia ilimitada.

Desde el punto de vista de la medida del don por el que Cristo se nos da a nosotros, sucede lo mismo; "Se dio a sí mismo por nosotros", se dio por nuestros pecados, y en ello, se dio a sí mismo a nosotros. Puesto que en Él habitaba toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y puesto que se dio a sí mismo, concluimos que la medida del don de Cristo, en lo que a Él respecta, no es otra cosa que la plenitud de la divinidad corporalmente. La medida, pues, de la gracia que se nos da a cada uno, es la medida de la plenitud de su divinidad. Sencillamente, inconmensurable.
Se mire como se mire, la clara palabra del Señor es que a cada uno de nosotros es dada la gracia según la medida de la plenitud de la divinidad corporalmente; es decir, gracia sin medida, sin límites: toda su gracia. Eso es bueno. Es cosa del Señor, es propio de Él, ya que Él es bueno.

Toda esa gracia ilimitada se nos da enteramente de forma gratuita "a cada uno de nosotros". A todos, a ti y a mí, tal como somos. Todo eso es bueno. Necesitamos precisamente toda esa gracia a fin de ser hechos lo que el Señor quiere que seamos. Y Él es tan condescendiente como para dárnoslo todo gratuitamente, para que verdaderamente podamos ser lo que Él quiere.

El Señor quiere que cada uno de nosotros seamos salvos, plenamente salvos. Y con ese fin nos ha dado la misma plenitud de la gracia, ya que es la gracia la que trae la salvación. Está escrito, "la gracia de Dios que trae salvación a todos los hombres, se manifestó" (Tito 2:11). Así, el Señor quiere que todos sean salvos, por lo tanto dio toda su gracia, trayendo salvación a todos los hombres. Toda la gracia de Dios se da gratuitamente a cada uno, trayendo salvación a todos los hombres. El que la reciban todos, o solamente algunos, es otra cuestión. Lo que ahora estamos considerando es la verdad y el hecho de que Dios la ha dado. Habiéndolo dado todo, no queda ninguna duda, aun siendo cierto que el hombre pueda rechazarlo.

El Señor quiere que seamos perfectos, y así está escrito: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Deseando que seamos perfectos, nos ha dado a cada uno toda su gracia, trayendo la plenitud de su salvación a fin de presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús. El auténtico propósito de ese don de su gracia infinita es que podamos ser hechos semejantes a Jesús, quien es la imagen de Dios. Así pues, leemos: "A cada uno de nosotros es dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo… para perfección de los santos… hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo".

¿Quieres ser semejante a Jesús? Recibe la gracia tan plena y libremente dada. Recíbela en la medida en que Dios la ha dado, no en la medida en la que tú piensas que la mereces. Entrégate a ella, a fin de que pueda obrar por ti, y en ti, el asombroso propósito para el que ha sido dada, y así sucederá. Te hará semejante a Jesús. Cumplirá el propósito y la voluntad de Aquel que la dio. "Entregaos a Dios". "Que no recibáis en vano la gracia de Dios".
Review and Herald, 17 abril 1894

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